Misericordia – Papa Francisco
La misericordia de Dios transforma el corazón del hombre haciéndole experimentar un amor fiel que lo hace capaz de ofrecer misericordia. Es siempre un milagro el que la misericordia divina se irradie en la vida de cada uno de nosotros, impulsándonos a amar al prójimo y animándonos a vivir lo que la Iglesia llama las obras de misericordia, corporales y espirituales. Ellas nos recuerdan que nuestra fe se traduce en gestos concretos y cotidianos, destinados a ayudar a nuestro prójimo en cuerpo y espíritu, y sobre lo que seremos juzgados: nutrirlo, visitarlo, consolarlo y educarlo.
La otra pobreza en el mundo está en quien cree que es rico, pero en realidad es el más pobre de los pobres por ser esclavo del pecado, que lo empuja a utilizar la riqueza y el poder no para servir a Dios y a los demás, sino parar sofocar dentro de sí la íntima convicción de que tampoco él es más que un pobre mendigo. Y cuanto mayor es el poder y la riqueza a su disposición, tanto mayor puede llegar a ser este engañoso ofuscamiento. Llega hasta tal punto que ni siquiera ve al pobre Lázaro, que mendiga a la puerta de su casa (cf. Lc. 16,20-21), y que es figura de Cristo que en los pobres mendiga nuestra conversión. Lázaro es la posibilidad de conversión que Dios nos ofrece y que quizá no vemos.
La Cuaresma es para todos un tiempo favorable para salir de nuestra alienación existencial gracias a la escucha de la Palabra y a las obras de misericordia. Mediante las corporales tocamos la carne de Cristo en los hermanos y hermanas que necesitan ser nutridos, vestidos, alojados, visitados, mientras que las espirituales tocan más directamente nuestra condición de pecadores: aconsejar, enseñar, perdonar, amonestar, rezar. Por tanto, nunca hay que separar las obras corporales de las espirituales. Sólo en este amor está la respuesta a la sed de felicidad y de amor infinitos que el hombre — engañándose— cree poder colmar con los ídolos del saber, del poder y del poseer. Sin embargo, siempre queda el peligro de que, los soberbios, los ricos y los poderosos acaben por condenarse a sí mismos a caer en el eterno abismo de soledad que es el infierno.
No perdamos este tiempo de Cuaresma favorable para la conversión.
Por: Su Santidad Papa Francisco
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El Papa muy acertadamente nos invita a reflexionar lo que estamos dispuestos y haciendo por nuestros hermanos más necesitados – a quienes Jesús dijo: “siempre los tendrán entre ustedes.” (Juan 12:8).